Es el momento de la primera materialización: se empiezan a plasmar las líneas de unión y se sitúan los volúmenes que alojarán los usos (¿?). La comunicación de las orillas (que se transforma en dos, una peatonal -uniendo los Jardines del Palacio de Cristal con la orilla de Gaia, con la nueva masa verde- y otro rodado) nos da una oblicua en relación a la fachada del Museo de Transportes y Comunicaciones transformando el tramo de río que protegen en una gran plaza de agua. El acercamiento a ella se favorece mediante una plataforma sobre el agua que además del nuevo espacio público que ofrece a la ciudad, crea la posibilidad de la vivencia de la fachada sur del citado museo, actualmente comprimida por las aguas.
El edificio se divide en dos: el mayor, descolgado directamente de la línea de tráfico rodado y atravesado peatonalmente por un segundo trazo comunicador; y el menor, elevado ligeramente sobre la orilla de Oporto, haciendo de elemento de transición entre las construcciones del lugar y la nueva implantación.
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